Hemos tenido la oportunidad de conocer personas que llegan a nuestra academia de natación porque quieren “entrenar”, asegurando que saben nadar.
Cuando les pedimos que entren a la alberca y floten, nos dicen que saben nadar, pero que no saben flotar. Eso realmente parece algo, si no imposible, sí muy difícil.
Y es que para aprender a nadar primero hay que aprender a flotar.
Flotar implica el desarrollo de ciertas habilidades motrices que a la par que permiten a la persona flotar, le dan sensaciones nuevas.
La natación hace conocer a la persona un mundo diferente y nuevo. La adaptación al medio acuático hace que se transformen sus sensaciones y se modifiquen sus posibilidades motrices, debido a la falta de gravedad que resulta del empuje que se experimenta, según el conocido principio de Arquímedes.
Esto requiere un esfuerzo y el dominio de su conducta, porque además se realiza mientras “flota”. Es decir, mientras “el agua lo carga”. Esto provoca el desarrollo de capacidades motrices “extras” a las que se desarrollaría si solo se moviera en el medio terrestre.
Debido a ello, y para inculcarle los mecanismos de los movimientos, la persona debe estar en contacto directo y dentro del agua. No se puede enseñar a flotar a una persona utilizando para ello cuerdas, o palos, y mucho menos utilizando medios audiovisuales.
El alumno debe “sentir” el agua, debe “sentir” que el agua lo “carga”, lo “empuja hacia arriba”.
Debe desplazar agua con su cuerpo y saber lo que se siente esto. Es toda una experiencia. Pero en el momento que una persona aprende a flotar, siente que se le abre un mundo nuevo de posibilidades motrices. Y entonces está listo para aprender a nadar y disfrutarlo.