Quién no recuerda a ese niño que rondaba a su madre después de comer junto a una alberca y le decía: “¿Ya me puedo meter, mamá?” Y la madre le contestaba: “No hijito, debes dejar pasar un tiempo para que te haga la digestión.”
Yo siempre pensé: “¡Pobre niño!” Y lo sigo pensando, porque no hay ningún peligro en que un niño entre a una alberca templada a chapotear, o inclusive a tomar una clase de natación.
Nadar después de comer es peligroso, si y solo si se cumplen los siguientes requisitos:
1. Haber ingerido una comida de difícil digestión (rica en grasa y proteína)
2. Haber comido en abundancia
3. Que el agua a la que ingrese el cuerpo esté a menos de 26 grados centígrados
4. Que el cuerpo realice un ejercicio vigoroso, que requiera mucha sangre en los músculos; ejercicio como entrenar, nadar largas distancias en aguas abiertas, etc.
Ahora yo pregunto: ¿Qué niño cumple con lo anterior cuando está con sus padres en un lugar con alberca y quiere meterse a la piscina?
Los niños por lo regular comen poco, y más cuando están ansiosos por meterse a la alberca. Las albercas a las que ingresan por lo regular están a 30 grados centígrados o más, y solo entran a jugar, nunca a hacer un ejercicio vigoroso.
Mi experiencia personal durante 26 años de dirigir una academia de natación dice que no pasa nada si un niño entra incluso a tomar una clase de natación (no a entrenar), después de comer una comida regular.
Hemos dado clases de natación a las 2, 3 y 4 p.m. durante 26 años, han entrado a cada turno de 20 a 40 niños y nunca hemos tenido un calambre estomacal, ni mareo ni nausea. Mucho menos un accidente mayor.
Yo misma, en mi infancia, le daba la última mordida a la torta sentada en la orilla de la alberca de mi club, y acto seguido, me metía a disfrutar del agua.
Los niños aman el agua, creo que la desean aún más que la comida. Los padres disfrutamos a nuestros hijos y queremos verlos felices y más en vacaciones. Los invito a cuestionar esta leyenda urbana, y si les convence, a comprobar que es solo un mito. Y de paso, a no pasarla a la siguiente generación.
Fuente: Ing. María Alicia Alfaro