Como cualquier material, nuestro cuerpo puede flotar más o flotar menos. Esto depende principalmente de su constitución.

Flota el aire, flota la grasa. El músculo y el hueso no flotan. Pero todo esto está debidamente acomodado en nuestro cuerpo. 

Por ejemplo, si ya sabes flotar podrás hacer este experimento: 

Mantente en flotación dorsal (cara fuera del agua) y deja salir todo el aire de tus pulmones. Verás cómo te sumes poco a poco, hasta casi cubrirse tu cara con agua. Luego toma mucho aire y déjalo en tus pulmones, verás cómo tu pecho sube a la superficie. ¡Claro! Es el aire el que tiende a salir y tu cuerpo flota más. 

Las mujeres tenemos grasa acumulada en determinadas zonas, como cadera y busto, y esto hace que sea más fácil para nosotras flotar. Los hombres generalmente tienen la grasa más hacia el abdomen (cuando tienen) y poca o nula en las piernas y glúteos, y es por ello que a los varones se les hace más difícil flotar pues su cuerpo tiene todos los “flotadores” entre los pulmones y el abdomen. Las mujeres tenemos los “flotadores” mejor distribuidos (pecho y caderas) por lo que flotamos más fácilmente.

Para tener una idea de la capacidad de flotación en el ser humano, basta saber que un litro de aire equivale a una sobrecarga adiposa de unos 9 kg. Esta es la razón de por qué el nadador al principio es de tipo adiposo, y luego, de tipo atlético de tórax ancho.

Esto es importante saberlo porque la flotación es indispensable para nadar. Una persona que sabe flotar conoce muy bien esa sensación de placer en el agua, esa sensación de: “El agua y yo somos uno mismo”. Una sensación de: “El agua me carga”.

Es por ello que flotar es muy importante para aprender a nadar, pero además es importante para el desarrollo neuromotriz de la persona, y para darle una ventaja física, emocional y social.