En cierto modo, todos los niños nacen prematuros, pues no adquieren las habilidades básicas características de los seres humanos hasta pasados varios meses de vida fuera del útero materno. 

La explicación a este hecho parece relacionarse con la evolución de la especie, que tras adquirir la bipedestación, siguió desarrollando su capacidad craneal creando un verdadero problema: Si crece más el feto, podrá salir por el canal del parto de la pelvis de su madre.

Los primeros meses de vida de un bebé son como un “segundo embarazo” para llegar a ser verdaderamente humano. En este tiempo, los padres y todo el entorno físico, social y cultural que rodean al bebé, garantizan los cuidados y atenciones para que su desarrollo se produzca en las mejores condiciones. 

Los nutrientes básicos de dicho proceso son los estímulos que el pequeño recibe y a los cuales se adapta mediante una dinámica continua de asimilación y acomodación. Y al igual que ocurre durante la verdadera gestación, son muchos los factores que determinan finalmente las características del bebé, porque aunque no lo parezca, cada recién nacido es diferente.

La estimulación permite al bebé captar todo lo que se le pretende enseñar, ayudándole a ser más inteligente. Mejora que se consigue con el desarrollo del sistema nervioso. 

El bebé, al asimilar la estimulación, hace su cerebro más plástico, más permeable, más moldable, y se va acomodando a los estímulos. 

El agua presenta situaciones y estímulos que no presenta la vida en la tierra. Un ser humano que se adapta a estas situaciones (además de adaptarse a las terrestres) es un ser humano más “adaptable”, que debe desarrollar más contactos neuronales, y por lo tanto su cerebro estará más desarrollado.

Desarrolla una forma diferente de respirar, de moverse (en posición horizontal), de mover sus extremidades. Todo ello, aunado a una situación de “estar bien” (porque normalmente esta estimulación la hace acompañado de mamá o papá) logra una gran ventaja física, emocional y social en el bebé.